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Casada con el padre de mi hijo.

Casada con el padre de mi hijo.

Adamarys Merida · Completado · 161.3k Palabras

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Introducción

Myriam Bennett creyó tenerlo todo: Un esposo perfecto, un matrimonio estable, solo les hacía falta un hijo, ella deseaba ese bebé para ser feliz con su marido, y él solo anhelaba ese niño para no perder su puesto de director en la corporación. La presión era muy grande para ella, que se sometió en reiteradas ocasiones a tratamientos de fertilización, sin resultado, hasta que su marido le exigió un bebé, así tuviera que acostarse con otro hombre.

Gerald Lennox es un hombre frío, quien dedica gran parte de su vida solo a trabajar, no tiene novia, ni está interesado en tenerla, pues la mujer a quién amó lo rechazó, su mejor amigo insiste en buscarle pareja y una noche en un bar, tras perder una apuesta, debe acostarse con una mujer a la que no conoce, y que su amigo eligió.

Los destinos de Myriam y Gerald se unirán de una forma que ellos no imaginan, a pesar de que ninguno de los dos se soporta.

Obra registrada en Safe Creative: 2208091753609
©Angellyna Merida, 2022.

Queda prohibida la distribución, copia, adaptación de esta obra sin el permiso del autor, este libro se encuentra registrado en el Instituto de propiedad intelectual de Ecuador.

Capítulo 1

—¡Necesitamos un heredero! —expuso con voz gruesa el anciano—, caso contrario alguien te sustituirá —advirtió.

El fuerte eco retumbó en el pasillo de la casa de Jacob Wilson, tanto que Myriam se sobresaltó y se detuvo en la puerta de la oficina de la familia, había estado buscando su esposo, y alcanzó a escuchar la petición de su suegro.

Su corazón se achicó, suspiró profundo. Fingió no haber oído nada, bajó la escalera, y se volvió a sentar en el sillón de la sala de estar, como si no ocurriera nada, pero al haber escuchado la palabra hijos, recordó que en un momento dado pensó que si tenía un niño podría afianzar su matrimonio, sin embargo, Dios no le dio esa oportunidad y nunca se quedó embarazada, pero el problema no era de ella.

A lo largo de los años fue dejando de lado esta obsesión, comprendía el deseo de sus suegros, de ser abuelos, pero jamás imaginó que amenazarían a su esposo por no darles un heredero.

Se había casado con Ray a los veinte y uno, muy enamorada, sin embargo, la relación entre ellos cada vez era más fría, tensa, no se hablaban como antes. Raymond pasaba ausente la mayor parte del tiempo, en sus constantes viajes de negocio era el CEO de la multinacional, y un hombre muy ocupado.

Diez minutos antes Myriam y su esposo habían llegado para celebrar el cumpleaños de su suegro. Raymond se acercó solo a sus padres, dejándola a ella a un lado.  Myriam notó que murmuraban entre ellos y desaparecían del amplio salón, en ese instante se reprochaba no haberse quedado a escuchar el resto de la charla entre sus suegros y su esposo.


Entre tanto en el despacho de la familia:

—Tomaré cartas en el asunto, papá —Raymond el marido de Myriam, ignoró la orden de Jacob, se enfocó en los balances de la empresa sin apartar la vista a su padre, sabía bien que durante ese trimestre las ventas de la multinacional de alimentos habían decaído.

—Pierdes el tiempo en tonterías —refutó Kendra, la madre de él—. Hemos considerado tu padre y yo, la idea de que uno de tus primos se haga cargo de la empresa, para que tomes vacaciones con Myriam y engendren el heredero —propuso—. Llevan siete años de matrimonio, y no hay indicios de un nieto —mencionó—, esperamos que, con un hijo, sientes cabeza y te hagas responsable Raymond.


Minutos después, Jacob sopló las velas de cumpleaños, y los aplausos de todos los miembros de la familia, no se hicieron esperar.

—Felicidades —dijo Myriam y se acercó para entregarle un obsequio.

El padre de Ray tomó la bolsa y la dejó a un lado.

—El mejor regalo que podría recibir es la noticia de un heredero —expresó y miró a los ojos a su nuera. —¿No deseas tener hijos? —cuestionó arrugando la frente.

Myriam palideció por completo, parpadeando con nerviosismo.

—Yo… Eh…—balbuceó.

Raymond enseguida se acercó a ellos.

—Pronto te daremos esa noticia, papá —masculló apretando los dientes—, es hora de irnos —indicó y casi a rastras sacó a su esposa de la casa.

Cuando subieron al auto, Myriam liberó el aire que estaba conteniendo.

—Hemos intentado, sin resultado, la fertilización, más bien deberíamos adoptar a un niño —propuso.

Raymond golpeó con furia el volante del auto, giró su enfurecido rostro y observó con ira a su mujer.

—¿Te volviste loca? ¿Acaso no te funciona el cerebro? —inquirió gruñendo—, si hacemos eso, todos sabrían de mi problema, y no pienso ser la burla de nadie —refutó respirando agitado—, debes tener un hijo, así tengas que embarazarte de otro —ordenó con firmeza.

«¡¡Tengas que embarazarte de otro!!» retumbó en el cerebro de Myriam.

Los labios de ella se abrieron en una gran O, y sintió que la sangre se le iba a los pies, al escuchar esa propuesta.

—¿Cómo me pides eso? —cuestionó intentando controlar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos.

—¿Me amas? —indagó Raymond.

—Claro que sí —contestó Myriam, o al menos eso era lo que creía.

—Entonces dame un hijo —propuso—, caso contrario buscaré una mujer que esté dispuesta a todo —comentó con cinismo.

«¿Cómo?» se cuestionó Myriam sin poder creer lo que escuchó.

Se sintió como si fuera un objeto, una máquina de fabricar bebés, su corazón se fragmentó al oír las frías palabras de su marido.

Entonces enfureció, empujó a su marido y pisó el acelerador hasta el fondo.

——¿Estas loca o qué? ——Raymond gruñó visiblemente molesto—. Nos vamos a matar —gritó mientras reñían aferrados al volante.

Myriam no respondió.  De repente, soltó el pie que había estado en el acelerador y frenó de golpe.

Raymond quién estuvo a punto de tirarse, logró estabilizar al auto.

Cuando su marido se acomodó en el asiento y estaba a punto de abrir la boca para reñirla, ella salió del vehículo, cerró la puerta del auto con fuerza y se marchó rápidamente llevando sus altos tacones en las manos sin dar ninguna explicación.

Esa noche vestía de rojo vibrante. Estiró su mano y un taxi paró frente a ella, subió en él y se alejó en cuestión de segundos.


Gerald Lennox aparcó su auto frente al bar donde sus amigos lo esperaban, lanzó las llaves al guardia para que estacionara su BMW, y entró al sitio, caminando con paso firme, irguiendo su metro y ochenta y cinco de estatura en medio de la multitud.

A sus treinta años era el director general de la multinacional de alimentos Lennox.  Poseía una fría y azulada mirada, su piel era blanca, y su cabello oscuro, iba enfundado en unos vaqueros celestes, una camisa gris y un blazer negro.

Varias mujeres murmuraban entre ellas e intentaban coquetear con el empresario; quién era un hombre demasiado atractivo, sin embargo, él parecía inmune a los encantos femeninos.

Llegó a la mesa, saludó con los compañeros y tomó asiento, enseguida empezaron una partida de póker, mientras charlaban, bebían whisky, y reían.

—Si esta noche, pierdes la partida, yo escojo a la mujer que te llevaras a la cama —propuso Kevin, ladeando los labios.

Gerald resopló y negó con la cabeza.

—No tengo interés en el sexo —indicó, y recordó a Bianca, la mujer de quien creía estar enamorado, resopló al recordar que lo rechazó porque su familia estaba al borde de la ruina.

—Te estás oxidando —advirtió Kevin y los demás carcajearon. —¿Tienes miedo de enamorarte? —cuestionó.

—Cada día estás más loco —bufó Gerald—, ya no voy a volver a caer en tus juegos, como el de meses atrás —indicó.

Gerald volvió a beber otro whisky y negó con la cabeza, siguieron con la partida, mientras los tragos, iban y venían.

Kevin observó pasar muy cerca de ellos a una hermosa mujer de larga cabellera oscura, con un provocador vestido rojo.

—Tengo a la candidata para que esta noche vuelvas a divertirte —enunció y señaló con su mano a la barra—, se ve preciosa.

Gerald se encontraba ya un poco ebrio, pero no lo suficiente como para no notar lo hermosa que era la mujer que indicaba su amigo. Minutos antes había pasado por su lado, caminando con garbo y elegancia, no se veía que fuera mujer de aventuras, y además él no estaba dispuesto a ceder a los juegos de Kevin, y consideró que aquella dama, tampoco se prestaría a sus absurdas apuestas.


Myriam llegó al bar en el cual su mejor amiga: Elsa, ginecóloga de profesión se hallaba tomando unos tragos. Cuando ingresó varios caballeros centraron su atención en ella, siempre captaba miradas; sin embargo, ignoró esos galanteos; encontró con su mirada a su amiga, de inmediato se acercó a la barra, y la abrazó.

Pidieron un tequila y un martini, mientras charlaban, y Myriam le contaba sobre la discusión con su marido.

Elsa no podía comprender como Raymond le había hecho semejante propuesta a su esposa.

—¿Y qué piensas hacer? —indagó a Myriam bebiendo de su Martini.

La chica ingirió de un solo golpe el tequila.

—No quiero perderlo, sin embargo, quizás…la fertilización sea una opción —balbuceó, no muy convencida aún, de volver a realizar el procedimiento.

Elsa que era bastante liberal, sonrió y asintió.

—Escogiste la forma aburrida, yo me hubiera ligado a un apuesto hombre, y habría hecho un bebé. —Carcajeó, señaló con sus manos hacia las mesas, y luego topó con su copa la de Myriam.

—Eres incorregible —expresó y notó a su alrededor como varios caballeros las miraban y susurraban. Sus ojos se cruzaron con la fría e inexpresiva mirada azulada de un atractivo hombre, quién de inmediato, giró su vista hacia sus compañeros.

Myriam sacudió su cabeza, la idea de Elsa, era descabellada.

—No sé si ese procedimiento funcione, lo hemos intentado, y tus órganos se van debilitando. —Suspiró.

—Una vez más —suplicó Myriam con la voz entrecortada, sentía que, de ese hijo, dependía su matrimonio.

Entonces bebió sin parar, intentando con el licor disipar sus penas, casi tambaleándose se dirigió al baño, y al salir fue interceptada por un hombre muy apuesto y galante, quién le habló al oído y señaló a un atractivo caballero en la mesa.

A Myriam el individuo en la mesa, le pareció muy guapo, más que su propio marido, pensó que quizás producto a los muchos tragos que había bebido, veía alusiones, entonces recordó la loca propuesta de Ray, tenía su permiso, así que aceptó.

Junto al joven que la interceptó se acercó a la mesa, notó que el apuesto caballero enfocó su azulada mirada en ella, a pesar del alcohol que había ingerido, esos tristes ojos, la estremecieron.

Él se puso de pie, y salieron juntos del bar, subieron al convertible de él, al llegar al lujoso hotel, Gerald se dio cuenta que la mujer se había quedado dormida, y su corto vestido se le había levantado más de la cuenta, dejando al descubierto sus largas y firmes piernas.

Los ojos de él se abrieron de golpe, la garganta se le secó, era una mujer muy hermosa, esbelta, de impresionante figura, una tentación para cualquier hombre.

Bajó del vehículo y tomó impulsivamente a la mujer en sus brazos, pero de repente vislumbró el anillo dorado en su dedo anular.

«Está casada»

El hombre bajó los parpados, el azul gélido de los ojos se nubló al instante, cubriéndose de una capa de gris.

Tras un momento de vacilación, Gerald mantuvo a la mujer dormida cerca de él, inhaló su delicioso aroma a violetas, y minutos después entró en la suite cinco estrellas.

Una vez que colocó con delicadeza a la mujer en la cama, examinó su rostro con atención. Las mejillas sonrosadas eran encantadoras y el cabello castaño suelto colgaba de forma impresionante por las curvas de su cuerpo.

El hombre tocó la mejilla de la mujer dormida y se preparó para irse en silencio

Cuando estaba a punto de cerrar la puerta por fuera, la voz ebria de la mujer llegó desde el interior de la casa.

——No te vayas, te necesito. ——Escuchó.

Gerald giró con lentitud, regresó a la suite, y se encontró con la bella dama de pie. Se aclaró la garganta cuando vio que dejaba caer el vestido bajo sus piernas.  La escena le pareció muy sensual.

—Está muy ebria, señora, deténgase —solicitó con la garganta seca.

——Ray, ven, cuanto tiempo sin tener tanta pasión…hagamos un bebé, vamos.

Myriam miró a Gerald, pero su mente alucinaba con su esposo producto del licor que había bebido.

Él se dio cuenta que la bella dama lo confundía con otro hombre, y frente a sus ojos se quitó la fina lencería que cubría su desnudez.

Sus intentos primitivos empezaron a reaccionar, pero él no era de aquellos hombres que se aprovechaban de la situación.

«No puedo más. Tengo que salir de aquí» se ordenó en su mente.  Salió y cerró la puerta.


Al día siguiente los rayos solares encandilaron el rostro de Myriam, frunció el ceño, y entonces abrió los ojos de golpe, se llevó la mano al pecho al darse cuenta de que se hallaba en una habitación desconocida.

—¿En dónde estoy? —cuestionó dubitativa, entonces notó que su vestido y demás prendas estaban en la alfombra, abrió los labios y se llevó la mano al pecho. —¿Qué sucedió? —se preguntó así misma temblando, entonces parpadeó varias veces—, no, no pude haberlo hecho…

Intentó recordar lo sucedido, pero tenía lagunas mentales, rememoraba la voz de aquel hombre, y su fría mirada, pero nada más. Se sobresaltó al escuchar el sonido de su móvil, se puso de pie, buscó su bolso y lo sacó con las manos temblorosas, y al ver que era su marido, se estremeció, y su corazón empezó a palpitar con fuerza.

—¿En dónde estás? —cuestionó Raymond rugiendo.

—Me quedé con Elsa —balbuceó buscando su vestido—, voy de aquí a mi trabajo —informó.

—¿Con Elsa? —indagó curioso—. Espero le digas a tu amiga que nos ayude —expuso y colgó la llamada.

Myriam resopló, y por un momento pensó que la iba a descubrir. Observó por todo lado aquella habitación. Buscó entres las sábanas y la mesa de noche algún indicio de lo ocurrido, pero no había nada. Tembló de tan solo imaginar que pudo haberse acostado con un desconocido.

—¿Qué hice? —se cuestionó murmurando, se llevó la mano a la cabeza, que le dolía—, yo no pude haber traicionado a Raymond —expresó con la voz entrecortada, sollozando.


Minutos más tarde llegó al apartamento de Elsa, respiró aliviada al encontrarla, entonces averiguó si ella sabía con quién se había marchado la noche anterior.

—No sé nada, solo desapareciste, pensé que te habías ido a casa —informó la ginecóloga. —¿Por qué? —cuestionó, y la observó con atención.

La chica resopló y le contó lo sucedido, no se acordaba de nada.

Elsa carcajeó divertida.

—Espero haya sido muy atractivo —bromeó.

Myriam la fulminó con la mirada.

—No soy ese tipo de mujeres, sabes bien que prefería someterme de nuevo a la fertilización, antes que traicionar a Raymond —expuso percibiendo un nudo en la garganta—, no sé cómo voy a mirarlo a los ojos. —Se cubrió el rostro con ambas manos.

Elsa frunció los labios.

—Pues tu marido te sugirió esa idea, no tendría por qué ofenderse, además él…—Presionó los labios y se mordió la lengua para no atormentar más a su amiga con ciertas cosas que sabía de Raymond—, no te aflijas, confiemos en que ese sujeto del bar, tampoco recuerde lo ocurrido —indicó.

Elsa le dio un café a su amiga, y le prestó su ropa para que se duchara y se dirigiera al trabajo.


Días después, realizaron el procedimiento de fertilización, Myriam se había preparado días antes de lo ocurrido aquella noche para un nuevo tratamiento; solo era cuestión de esperar que el óvulo fecundado se implantara en su útero.

Varias de semanas después, Myriam tuvo un retraso, para salir de dudas compró algunas pruebas caseras. Siguió las indicaciones, y mientras esperaba caminaba impaciente por la alcoba.

—Que esta vez funcione —imploraba, y juntaba sus manos con impaciencia, sintiendo como sus intestinos revoloteaban producto de la ansiedad, cuando el reloj marcó el tiempo de espera, con pasos presurosos regresó al baño, y las miró: todas marcaban dos rayitas. —¡Positivo! —exclamó con infinita emoción.

Myriam derramó varias lágrimas de felicidad, pues eso era lo que necesitaba para recuperar su matrimonio, entonces se dirigió al consultorio de Elsa, necesitaba que la revisara, enseguida ella confirmó el embarazo, pero a Myriam le surgió una gran duda:

¿El bebé sería producto de la fertilización, o de la noche que no recordaba nada?

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