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LOS MELLIZOS DEL PRESIDENTE "Tenemos una familia"

LOS MELLIZOS DEL PRESIDENTE "Tenemos una familia"

Andrea flores · Completado · 150.5k Palabras

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Introducción

Clara Salvatore está muerta. Dejó de existir desde el momento que aquel sanatorio mental dónde su familia la envío se incendió por completo, dejando un rastro de mancha en su vida para siempre: la traición.

Ha vuelto para cobrar todo el daño que le hizo su familia, también para dejar en la ruina y sacar a la luz la verdad de la famila McGrey y para que Ryan McGrey, el hombre más importante y rico del país, pida su perdón.

Ryan McGrey es el presidente del país, el hombre más buscado y la vez más protegido. No creyó en ella cuando era su prometida, pensó que lo había traicionado, y nunca más quiso volver a verla.

Su mayor revancha es no decirle la verdad una vez que vuelva: estaba embarazada de él y tuvo mellizos.

Pero vuelve a la vida, a cumplir la venganza que lleva planeando cuatro años desde su falsa muerte. Ya no es Clara Salvatore, sino Clara D’Alessio, y está casada con Martin D’Alessio, el único hombre que se ofreció ayudarla, y quien también tiene deudas que saldar con la familia McGrey.

Todos los secretos, engaños, mentiras, ambiciones, el ansia por el poder, y las ganas de venganza llegan a su vida desde el momento en que el presidente la mira a los ojos y pregunta.

“¿Clara?”

“Viva, señor presidente. Estoy viva.”

¿Acaso podrá lidiar con toda la verdad una vez sepa quién realmente la traicionó? ¿Acaso…realmente perdió a su hija?

Tendrá que saberlo, tendrá que sacrificar muchas cosas para proteger a las personas que más ama. ¿O es que la llama de un amor pasado no la deja en paz porque sigue, en el fondo y aunque siempre lo niegue, enamorada de Ryan McGrey y su recuerdo?

Capítulo 1

—¡Tiene que pujar, señorita! ¡Ambos niños van a morir!

El sudor recorre su frente como si no hubiese más nada en este mundo aparte del dolor que siente sus entrañas, el mismo dolor que alguna vez creyó que no sería capaz de soportar pero que ahora mismo, es lo único que la mantiene consciente entre la vida y la muerte.

—¡Por Dios! —sus gritos son desgarradores. Sus ojos están rojos por la incapacidad de cubrir con terneza la situación que se ha presentado de repente, sin tiempo para poder pensar en las consecuencias. El sudor inunda su frente y los mechones de su cabello están adheridos a las mejillas, sien y cuello. Las venas de su frente se marcan con cada dolor y una descarga de tortura hace que se arquee, gritando de dolor—. ¡No puedo más…!

—¡Señorita! Tiene que pujar, veo la cabeza del primer niño —advierte la partera, quien no es más que la señora dueña de este lugar moribundo, pobre y descuidado.

Está dando a luz en un edificio menestero en un barrio pobre de la ciudad.

Cuando se había levantado esa mañana, colocó la mano en su vientre ya de nueve meses. Se sentía pesada, incapaz e inútil. No tenía a nadie salvo los dos perros que han sido sus ángeles en todo ese trayecto, sola, sin nadie. Esa misma mañana observó el pequeño televisor en su pequeño salón, y el primer canal había transmitido las campañas de los candidatos para elegir el nuevo presidente.

No quisó darle importancia…no debía pensar en nadie más. Sólo en su embarazo.

Con su bata blanca y un pequeño suéter tejido se sentó, y volvió a acariciar su barriga. Sólo se había ido a hacerse un chequeo a los cinco meses de gestación. Y le dijeron lo que nunca había imaginado: esperaba dos bebés.

¿Cómo podía criar a dos hijos…sola? Volvió su mirada una vez más hacia el televisor y no encontró más que caras desconocidas y gente apoyando a sus candidatos preferidos.

La pregunta era: ¿El padre de sus hijos…?

Las sombras de sus ojos se oscurecieron cuando se dio cuenta que estaba pensándolo, y sin medir otro segundo, negó con la cabeza. Quiso sentir que estaba sólo sensible por el tan avanzado embarazo que hasta incluso, no se había dado cuenta que ahí estaba él, frente a ella, pero detrás de una pantalla…

Se levantó y se arqueó hacia adelante, tocando el comienzo de su vientre al sentir que el punzante dolor en sus piernas, útero y barriga explotaban de una manera descomunal y enfermiza.

Cayó al suelo.

—Dios —llevó los dedos hacia su pierna y…—. Dios mío —jadeó.

Sus gritos de dolor una vez se tumbó en el suelo fueron oídos por Ronalda, la vieja dueña del edificio.

Y ahora, es la única en el mundo que se ha apiadado de ella para que trajera al mundo a esos dos niños.

—¡Puja, Clara! ¡Puja ahora mismo!

—¡Te lo ruego! —llora, incapaz de contenerse por el dolor. Toma sus piernas, y ella misma se clava las uñas en sus muslos—. No puedo más, no puedo más —repite, cansada y con la basta necesidad de implorar al cielo que ésta agonía se acabe. ¿Cuánta más agonía tendría que sufrir?

—Clara, veo su cabeza. La veo, linda. Sólo sigue así.

Los ojos de Ronalda se iluminan y no puede oír otra cosa más porque…otra voz se alza entre ambas.

—¡Clara!

Oye su nombre entre las paredes curtidas por sus gritos, sus llantos y su sudor.

Abre los ojos de golpe cuando la nota, cuando nota a la última mujer que aparecería en su vida. Las manos se congelan en su sitio y también su corazón. El jadeo que sale desde su garganta se desgarra con el llanto perpetuado sin consideración.

—Virginia —solloza. Y ésta nueva mujer se arrodilla ante ambas para tomar su mano—. Virginia, estás aquí.

—¿¡Por qué no nos dijiste nada?! ¿¡Por qué…?! —exaspera Virginia con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué no le dijiste nada a Ryan…? —Virginia observa su estado, llena de sangre, débil y moribunda.

—Porque me amenazaron —su garganta está seca cada vez que abre la boca. Con vigor toma las fuerza necesarias—, me mostraron un audio donde él decía que no quería volver a verme más, y era su voz…

—Es mentira. Él no pudo ser. Clara, te mintieron porque él…está como un loco buscándote. Cree que algo te paso. ¡Te creemos muerta! ¡Él te cree muerta!

—¡No le creo! —exclama Clara, adolorida por cada tirón de los músculos, por cada recuerdo. Tiembla por el otro empujón—. Me mintió, me echó a la borda porque no quería tener escándalos. ¡Así lo oí yo misma!

—Clara...

—¡Señorita, empuje! No hable más —Ronalda le da unas palmadas en la pierna para que continue ejerciendo presión y el desgarro de su voz es fatal. Cree que no será fuerte.

Pero toma sus muslos y grita lo tanto que puede. Una vez más, el sonido de algo que estalla en el cuarto sucio, mugriento y desbaratado es capaz de iluminarlo, entre los sonidos de los perros ladrando y sus propios lloriqueos.

Es la voz de un bebé.

—¡No hemos terminado! —Ronalda exclama—. ¡Falta un niño!

—¡No puedo más! ¡No puedo más! —su voz se ahoga pero aún así su cuerpo responde y su propia mente también. su respiración entrecortada sale desde lo más profundo de la garganta—. Vamos, vamos. ¡Sácalo…!

—¡Ya estás a punto!

Las manos de Virginia están en su frente, mientras observa el alrededor con susto, llena de pánico. El sonido de los perros hacen que el escenario grite miedo y miseria.

—¡Clara, puja!

Y así lo hace porque su determinación nubla todo su cuerpo y su mente. Las ganas que tiene por recuperar su estabilidad, oír a su primer hijo y saciar esta desventura la hacen enfriar la mente y puja.

—Vamos, vamos —dice Virginia.

Toma aire, el dolor parece que la quebrará en dos pero vuelve a pujar.

Y cae al piso, jadeando como si se le hubiera rasgado la voz, sudando, con apenas sus piernas llenas de sangre y el mundo a su alrededor desvaneciéndose.

—Una niña —exclama Ronalda—. Es una niña.

Está demasiado aturdida por todo lo que ocurre, pero de un momento a otro siente a sus dos hijos en su regazo. Y rompe a llorar, tanto, que ni siquiera dar a luz se compara con el dolor que siente ahora mismo.

—Mis bebés —enfatiza a través de su llanto—. Mis niños…

—Clara —Virginia la mira con fijeza—. ¿Son los hijos de Ryan?

Alzas sus ojos para verla. Asiente con un llanto.

—Son suyos. Pero son más míos —contesta.

—Es hora de limpiar todo esto —Ronalda se alza del suelo.

Virginia también y ambas le quitan a los niños.

—¿Clara? —repite Virginia.

—¡¿Clara?! —exclama Ronalda con susto.

El miedo se hace realidad: parece que no respira, que no suspira ni abre los ojos.

—¡Dios mío! —exclama Ronalda, sosteniendo al varón sobre sus brazos para arrodillarse y tocarla—. ¡Se ha desmayado!

—¿Está muerta? —menciona Virginia.

—No lo está, no…—Ronalda comienza a balbucear. Pero su voz se queda en su garganta cuando, de repente, Virginia toma a la niña entre sus brazos y se levanta, acurrucando en una manta a la niña —¿Señorita? —pregunta Ronalda, confundida. Su alarma se dispara cuando observa que Virginia está alejándose de ambas—¿A dónde va?

—Clara está muerta —enfatiza Virginia, observando a la niña recién nacida entre sus brazos. Sus gimoteos poco a poco se calman, y su cuerpo, ligeramente bañado en sangre, está manchado su blusón blanco.

Entonces alza su mirada hacia Ronalda, y ordena, con la voz más fría que Ronalda pudo haber escuchado en su vida

—Cuando se despierte, le dirás que su hija murió.

Ronalda se calla de golpe. Ve los billetes frente suyo.

—Lo harás, o sino yo misma me encargaré de que la muerta sea otra —Virgina ve sobre su hombro—, ni una palabra a nadie. Esta mujer no existe, y ese niño tampoco. Y esta niña menos, porque está muerta. Y ellos también. Llévatelos lejos de esta ciudad, y nunca más dejes que regreses.

Ronalda retrocede, asustada, cargando al niño.

Virginia baja la mirada y sonríe a la niña.

—Vámonos, mi amor —susurra—. Mamá ahora estará contigo…y le diremos a tu padre…y formaremos una familia...estaremos unidos por siempre —verla de esa forma produce en Ronalda lo mismo que ver el mayor terror de uno mismo haciéndose realidad, porque Virginia mantiene a la niña entre sus brazos y le habla tal cual fuese su madre. Vuelve a mirarla y le lanza esa bestial ojeada que es capaz de hacerla congelar en su sitio—. Te encargarás de llevartéla lejos de aquí y nunca más vas a aparecer. ¿Entendiste?

Congelada en su sitio, Ronalda asiente.

—La dan por muerta, la creen una loca —deja saber Virgina cuando observa a Clara desmayada a solo unos pasos. Sonríe y luego vuelve sus ojos rasgados hacia la bebé—, nadie la extrañará.

Y así sin más, desaparece del lugar, llevando consigo la verdad y dejando a Ronalda en la mentira.

Ronalda siente su cuerpo frío pero se apresura hacia Clara minutos después de que sale del aturdimiento, con los billetes en sus manos. Se los guarda de inmediato cuando, de repente, hay un jadeo que viene desde su sitio. Sale disparada hacia ella.

—Mis bebés —y es lo primero que menciona Clara, aturdida, abriendo los ojos—. ¡Mis bebés!

—Aquí tienes a su hijo, Clara —Ronalda se acerca hacia ella para arrodillarse, entregándole a su bebé envuelto en una manta—. Aquí está.

Su temblor es innegable cuando puedes sostenerlo.

—Eran dos….—expresa Clara, confundida—, yo tuve dos hijos —comienza a temer—, Los tuve aquí conmigo. ¿Dónde está...?

Ronalda siente su corazón frío…más que helado.

—Tu hija…murió.

El golpe sobre su pecho al oírla es lo mismo que caer de cualquier piso alto y estrellarse en el suelo. Tanto la puntada en el vientre y en su pecho hacen que se arquee y se ahogue en su grito.

—No —suelta Clara con un jadeo—. ¡No! ¡Mi hija no está muerta! ¡No está muerta! ¡Ella no está muerta!

—Calmate, Clara —Ronalda la abraza, sintiendo como sus fuerzas se desvanecen cada vez más, con tanta dolor

—¡Mi hija no está muerta…!

En el abrazo que Ronalda le da, Clara observa el televisor.

Y lo ve. Lo ve en ese lugar, saludando a las personas.

Su corazón da un vuelvo, sintiendo como reúne la fuerza para mantenerse cuerda y no perder la cordura.

"Cuadragésimo tercer presidente de la república.” comienza a escuchar. Su corazón sigue sufriendo cada vez más. "Ryan McGrey."

Cuando se da cuenta, el padre de sus hijos y el único culpable de su sufrimiento es el nuevo presidente.

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© 2020-2021 Val Sims. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta novela puede reproducirse, distribuirse o transmitirse de ninguna forma ni por ningún medio, incluidas las fotocopias, la grabación u otros métodos electrónicos o mecánicos, sin el permiso previo por escrito del autor y los editores.
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Extracto

«Me perteneces, Sheila. Solo yo soy capaz de hacer que te sientas así. Tus gemidos y tu cuerpo me pertenecen. ¡Tu alma y tu cuerpo son todos míos!»


Alpha Killian Reid, el alfa más temido de todo el Norte, rico, poderoso y temido en el mundo sobrenatural, era la envidia de todas las demás manadas. Se pensaba que lo tenía todo... poder, fama, riqueza y el favor de la diosa de la luna. Sus rivales no sabían que estaba bajo una maldición, que se ha mantenido en secreto durante tantos años, y que solo el que tiene el don de la diosa de la luna puede levantar la maldición.

Sheila, la hija de Alpha Lucius, que era un archienemigo de Killian, había crecido con tanto odio, detesto y maltrato por parte de su padre. Era la compañera predestinada de Alpha Killian.

Se negó a rechazarla, pero la odiaba y la trataba mal, porque estaba enamorado de otra mujer, Thea. Pero una de estas dos mujeres fue la cura para su maldición, mientras que la otra era su enemiga interior. ¿Cómo lo descubriría? Vamos a descubrirlo en esta trepidante pieza, llena de suspenso, apasionante romance y traición.
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EXTRACTO

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—¡No!— Mis ojos se nublaron.

Sus ojos sin vida me miraban fijamente, su sangre se acumulaba a mis pies. El hombre que amaba—muerto.

Asesinado por la única persona de la que nunca podría escapar: mi hermanastro.


La vida de Kasmine nunca fue suya desde el principio. Kester, su hermanastro, controlaba y vigilaba cada uno de sus movimientos.

Al principio, todo era dulce y fraternal hasta que comenzó a convertirse en una obsesión.

Kester era el Alfa, y su palabra era ley. No tenía amigos cercanos. No tenía novios. No tenía libertad.

La única consolación que tenía Kasmine era su vigésimo primer cumpleaños, que se suponía iba a cambiarlo todo. Soñaba con encontrar a su pareja, escapar del enfermizo control de Kester y finalmente reclamar su propia vida. Pero el destino tenía otros planes para ella.

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—Ángel, tienes una boca muy sucia —le susurré al oído.

—Luciano… —Finalmente, una expresión en su rostro. Una real que no me estaba ocultando. Pero no era miedo. Era lujuria. A mi chica le gusta esto. La acerqué más para que sintiera cuánto me estaba gustando también y el suspiro más encantador salió de su boca mientras sus ojos se ponían en blanco por un momento.

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