

Dos razones para amarte.
Dayana Perez Almaguer · En curso · 44.9k Palabras
Introducción
Es entonces, cuando encuentra en Internet un anuncio con una oferta de trabajo que iluminó sus ojos. Lo que aquel padre multimillonario estaba dispuesto a pagarle a la niñera que cuidara de sus hijos era casi absurda. Así que sin pensarlo dos veces, envió su solicitud, y por sorpresa para ella fue aceptada.
¿El menor de los problemas? no era una intranquila y desobediente criatura, sino dos.
¿El mayor de los problemas? el padre de los mellizos era Alexander Gabini, uno de los empresarios increíblemente poderosos del país, el magnate más egocéntrico y arrogante que pensó conocer jamás. Y fue esa ignorancia suya, lo que la llevó a meterse en la boca del lobo más temido y respetado de la mafia.
Capítulo 1
Le apuntó directamente a la cabeza cuando volvió a mentir, ya estaba harto de sus juegos y rodeos, estaba a punto de matarlo sin importarle que no obtuviera la respuesta que necesitaba con tal de dejar de escucharlo hablar sandeces. Recordó las palabras de su padre aquella mañana, le había repetido varias veces que lo necesitaban vivo, la información que tenía aquel sujeto era sumamente importante para la captura del asesino de su hermano.
—Habla de una vez maldita lacra y dime dónde se esconde el malnacido de tu jefe, quiero nombre y lugar —le ordenó, apuntándolo en el medio de la frente.
—Jódete —contestó el rehén con los labios llenos de líquido rojo, sus ojos a penas podían abrirse por lo hinchado de su rostro. Alexander, a pesar de haber estado siempre alejado de este tipo de torturas, sentía una gran satisfacción cada vez que su padre le encomendaba algún trabajo. Disfrutaba golpear a todo aquel que osara desafiarlo a él o a los suyos, sus puños estaban marcados con cicatrices que le recordarían toda la vida que nació para causar dolor y provocar el respeto de sus enemigos.
Sonrió de medio lado al escucharlo, desvió su arma a la derecha y le pegó un tiro en el hombro. Un grito de intenso dolor salió junto a coágulos carmesí de la boca del traidor, el balazo no era mortal, pero fue suficiente para chillar y retorcerse.
Habían pasado dos años de la tragedia y el traidor seguía libre. Sandro Gabini se estaba preparando para tomar el mando, su padre, Carlo Gabini, así lo había decidido cuando le diagnosticaron cáncer de colon en segunda fase, aunque todavía habían esperanzas y la enfermedad recién estaba comenzando, temía morir antes de que alguno de sus hijos siguiera la dinastía de los Boss, título que solo podía llevar el líder de la mafia.
Para probar su honor, se le asignó la tarea de liquidar la familia completa de los Martín, quienes estaban desobedeciendo ordenes protegiendo a un exiliado de Estados Unidos. Aquello estaba prohibido, por ningún motivo podían esconder a prófugos de norteamérica, poniendo en riesgo la identidad de los líderes, cuyos nombres y rostros estaban incógnitos en la sociedad.
Cuando Sandro y sus hombres llegaron a la hacienda de los Martín, fueron emboscados por el prófugo que había conseguido que esa familia completa lo respetara, asesinó a Sandro y le envió una caja con una de sus manos a Carlo, haciéndole creer durante año y medio que su hijo mayor estaba secuestrado. No fue hasta que capturaron a un guardia del exiliado y este cantó, que supieron al fin lo que habían hecho con su hijo.
—Víctor está esperando mi orden para matar a tu hija, vuelve a negarte y la próxima bala será para ella. Luego le sigue tu mujer, tu madre, tus perros, y todo aquel que lleve tu asquerosa sangre —le informó poniendo su dedo sobre el gatillo, mientras Víctor, su mano derecha, colocaba el celular en su oído para ordenar la primer ejecución.
—¡No, mi hija no! Puedes matarme a mí, miserable, no toques a mi familia —balbuceó como pudo, entre quejidos.
—Muerto no me sirves, última oportunidad. Víctor...
—Sí mi señor.
—¡Espera! Está bien, te diré todo, pero primero quiero la seguridad de que mi familia está a salvo.
—Bien.
Alexander no estaba tan comprometido con la dinastía hasta que el asesinato de su hermano fue comprobado, toda su vida se había mantenido al margen de la mafia y supo separar la sangre de su trabajo. Cubrir su identidad tras la fachada de un reconocido empresario de vienes raíces, divorciado y con dos hijos, había condicionado su posición de una persona normal. A sus treinta y dos años ya tenía fundada una organización de contrainteligencia que iba dirigida al crecimiento de negocios de alto rango. Cientos de miles de empresarios asistían a sus conferencias, y otros cuantos morían por cerrar contratos multimillonarios con él.
«Una vez hayas dicho todo lo que quiero, me aseguraré de que no veas nunca más los rayos del sol». Pensó, antes de cumplir con su palabra.
Mantuvieron al traidor cautivo hasta que dieron con el paradero del jefe del Cartel de Zaronia, quien tenía información importante sobre el asesinato de Sandro. Había estado haciendo negocios de armas con Tomás Claford , el exiliado que había cometido tantos crímenes y desafiado la autoridad del Boss. Al parecer, su único objetivo era tomar el mando, y estaba dispuesto a acabar con cada familia de mafiosos que no estuviesen dispuestos a colaborarle. Ya había conseguido una organización, tenía armas, negocios y dinero. La competencia comenzaba a tener importancia y los Gabini no lo podían permitir.
El jefe de Zaronia, Livano, tenía unas propiedades en España, donde llevaba viviendo alrededor de tres meses. Fue fácil localizarlo, así que de inmediato Alexander organizó el viaje, irían a reunir más pruebas para su venganza.
—Señor, hoy entrevistamos a la última niñera, si no le convence su recorrido, seguiremos buscando —le comunicó Gerad, a través de una llamada telefónica. Alexander, saliendo de la cabaña dónde sometían a los capturados, suspiró pesadamente y contestó:
—Voy camino a la mansión, enviame por correo la investigación de la solicitante y le doy un vistazo durante el trayecto.
—Enseguida jefe.
Puso en marcha su auto y de inmediato resonó la notificación de un correo electrónico. Comunicó el celular con la pantalla grande y mientras se detenía en un semáforo comenzó a leer los datos de la última solicitante para cuidar de sus hijos. Entrecerró los ojos cuando leyó a qué se dedicaba, algo no encajaba, bueno, en realidad nada tenía sentido. Pero a demás, se detuvo a mirar su fotografía más tiempo de lo pensado, al punto de recibir reclamos por parte de otro conductores.
La imagen de una mujer tan hermosa lo había encantado, agrandó la imagen, observó su rostro y lamió sus labios. Sin embargo, había algo que no podía pasar desapercibido, la investigación señalaba que hacía pocos meses dejaba su trabajo en un hospital, para dedicarse a trabajar en cafeterías y restaurantes. ¿Cómo había hecho una solicitud para niñera si jamás había ejercido como tal?
Aceleró, y en cuestión de minutos llegó a la mansión donde planeaba, antes que todo, descubrir lo que tramaba aquella mujer.
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